Una de las consecuencias inesperadas de la creciente digitalización de la música en las últimas décadas fue, sin duda, una apreciación especial por el sonido analógico en todas sus formas. Al igual que en el caso de los discos de vinilo o los antiguos amplificadores valvulares, en el ámbito de la música electrónica los últimos diez o quince años han sido testigos del fenómeno de los sintetizadores analógicos.
Aunque nunca dejaron de utilizarse por completo, durante la segunda mitad de los ’80 y sobre todo durante todos los ’90, los sintetizadores analógicos perdieron gran parte de su valor dentro de la música, incluso llegando a ser considerados como obsoletos.
Sin embargo, esto cambiaría con la llegada del nuevo siglo. Movimientos como el «electroclash» o la neo-psicodelia comenzaron a utilizar cada vez más sintetizadores clásicos, como el Minimoog o la gran variedad de equipos de los años ’80 producidos por Korg, Roland y otras compañías pioneras.
Hoy en día, no solo existe una gran revalorización de estos instrumentos y su inigualable sonido, sino que también han surgido géneros y escenas que giran alrededor de su uso, inclusive de la mano de artistas jóvenes que no habían nacido durante la época de apogeo de su uso décadas atrás.